21 de Abril de 2007
¿Por qué no hablamos de la madre del cordero?, por Gonzalo Vial Correa.
La gigantesca polémica sobre la ‘‘calidad de la educación’’ y la posible nueva LOCE carecen de sentido real porque el Gobierno se niega —como se ha negado empecinadamente durante los últimos diecisiete años, y como antes se negó el régimen militar— a poner sobre la mesa el problema capital de la enseñanza gratuita. Hallarle salida es PREVIO a cualquier camino positivo que tome dicha enseñanza, es el pitazo que hace comenzar para ella el partido de la ‘‘educación de calidad’’. Una vez solucionado el problema en cuestión, hay muchas otras cosas que hacer para llegar a una buena enseñanza, así como después del pitazo inicial falta nada menos que todo el partido. Pero sin pitazo no hay partido, y sin resolver ese problema previo y capital, TODO LO QUE SE HAGA ES INUTIL.
Esa es la madre del cordero. Hablemos de ella, entonces, para poder hablar después, útilmente, de LO DEMAS.
El problema previo y capital, la madre del cordero que el Gobierno y muchos opinólogos ocultan o minimizan, consiste (como los lectores de la presente columna están hartos de oír) en que la subvención escolar —único o fundamental ingreso de la enseñanza gratuita— es irrisoria: alrededor de 30.000 pesos mensuales por niño, la mitad o menos de la mínima necesaria, y entre un sexto y un octavo de lo que cobra la educación pagada.
Ninguna de estas dos cifras ha merecido objeción de nadie. Pero, o se las calla, o se tienden sobre ellas cortinas de humo que las oculten o minimicen. Por ejemplo, convenir en que la subvención debe aumentar ‘‘sustancialmente’’, pareciendo indicar que se ha quedado un poco atrás... cuando lo cierto es que se ha quedado atrás la mitad de lo que mínimo debiera ser.
Otra cortina de humo es el proyecto de ‘‘subvención diferenciada’’ que discute el Congreso. Supone —muy acertadamente— que un niño en extrema pobreza, ‘‘vulnerable’’, necesita mayor gasto de educación. Y que, en consecuencia, quien le enseñe gratis debe recibir una subvención mayor que la normal. Pero según las cifras del proyecto —agregando el niño vulnerable a la subvención normal la ‘‘diferenciada’’— ni siquiera alcanzará con eso el mínimo que la primera debiese tener: el doble de la actual, como hemos dicho. Es decir, al niño vulnerable se lo quiere educar con un gasto inferior al mínimo necesario para educar un niño corriente.
‘‘Pero es un primer paso’’... No, señor, no es ningún paso. En educación, si no se coloca el mínimo de recursos necesario para obtener un efecto, no se obtiene y se pierde TODO lo gastado. Si necesito ponerme con cien pesos, mínimo, para enseñar a leer a Juanito, y no los pongo, sino 50, los pierdo. Y si pongo 80, pierdo los 80, porque Juanito seguirá analfabeto.
Para contrarrestar la verdadera vergüenza que es la subvención, la mayoría de los sostenedores de colegios gratuitos —todas las municipalidades incluidas— recurren a dos procedimientos, garantía de mala calidad y malos resultados:
A. Los 40, 45 y hasta 50 alumnos por curso, a cargo de un solo profesor. Debieran ser 30, máximo 35. Y
B. Exigir al maestro un 75% de tiempo de aula. Si sus horas de trabajo son 40, significa que debe estar en el establecimiento ocho diarias, y seis de ellas FISICAMENTE EN LA SALA DE CLASES, LIDIANDO CON 40, 45 ó 50 ALUMNOS. Esto, un profesor que junte todas sus clases en un mismo establecimiento. Si las hace en dos o más (realidad muy común), cuando no se halla en el aula se halla en el Transantiago.
¿A qué hora este maestro planifica su clase, la estudia, discurre la estrategia de enseñanza para los diversos grupos de alumnos, profundiza su ramo, corrige pruebas? A ninguna. ¿Quién le pagaría por hacerlo, y cuánto? Nadie, nada. Sobrecarga intolerable de alumnos, sobrecarga intolerable de trabajo en el aula. Así se compensa, parcialmente, la subvención irrisoria. ¿A costa de quién? Del profesor, de los alumnos, por supuesto... y consiguientemente de la tan trompeteada ‘‘calidad de la educación’’.
Que no se hable, o se hable vergonzantemente, a la pasada, de este problema capital y previo de la enseñanza —de la madre del cordero— o que se lo oculte tras cortinas de palabras equívocas, conduce a varios hechos asombrosos:
1. Se discute gravemente por qué la educación gratuita que imparten particulares subvencionados, es BUENA, y MALA aquella que dan las municipalidades.
La verdad es muy distinta. Las dos, generalmente hablando, son MUY MALAS, y la primera sólo unos milímetros MENOS MALA que la segunda.
¿Cómo podría ser de otro modo, con ese gasto?
La afirmación errónea se debe a que ignoramos, el ministerio nos oculta cuidadosamente, el significado de los puntajes del SIMCE. Sabemos que si un colegio o escuela saca 100 puntos, es pésimo, y que si saca 300 o más, es bueno. Pero ¿qué puntaje es el MINIMO, bajo el cual un establecimiento NO CUMPLE LAS METAS EDUCACIONALES CORRESPONDIENTES AL AÑO Y POR ENDE NO IMPARTE EDUCACION DE CALIDAD MINIMA? Misterio.
Yo sólo conozco un dato de fuente objetiva y fiable: el que proporciona Bárbara Eyzaguirre en el trabajo ‘‘Claves para la educación en pobreza’’ (revista Estudios Públicos del CEP, Nº 93, 2004), referido al SIMCE 2002, para 4º básico. Leo ahí que obtener hasta 267 puntos en Matemáticas, representa dominar 2º básico, pero no la materia de 4º básico... es decir, no la materia a la cual se refiere el SIMCE analizado.
Apliquemos estas reglas al último SIMCE, el de 2005, también correspondiente a 4º básico. El promedio nacional de los establecimientos municipales es horroroso: 235 puntos. Pero el de los establecimientos particulares y subvencionados tampoco alcanza el MINIMO de 268 puntos... es de 255.
La semana pasada, la Presidenta y la ministra hablaron desde una escuela particular y subvencionada enteramente gratuita que, dijo la información oficial, obtenía resultados muy satisfactorios. Pero su puntaje SIMCE 2005 en Matemáticas fue 251, inferior aún al promedio de su tipo. Sus alumnos de 4º básico del 2005 estaban pues, en Matemáticas, al nivel de conocimientos de un 2º básico.
¿Tienen la culpa el establecimiento, su sostenedor, sus profesores? Naturalmente, no. Hacen lo que pueden, seguramente más de lo que sería razonable exigirles, para batirse con la suma ridícula que el Estado —al cual representaban sus ilustres visitas de la semana pasada— les entrega Y QUE ES EL UNICO INGRESO DE LA ESCUELA, salvo que reciba donaciones de terceros.
2. En vez de discutirse y abordarse derechamente el problema capital de la enseñanza gratuita, se sigue dando vueltas alrededor de dos elucubraciones irreales que son el eje de la propuesta gubernativa sobre la LOCE. A saber: ‘‘suprimir el lucro’’, y ‘‘suprimir la selección’’ en los colegios gratuitos.
2.1. La ira contra el lucro va de baja, afortunadamente, por dos razones: primera, que burlarla es de infantil facilidad (pregúntenles a las universidades privadas). No tocaré este punto, pues lo hizo mi columna anterior. Segunda razón: que el 90% de los sostenedores subvencionados, que en conjunto significan el 40% de la educación gratuita, SOLO TIENE UN ESTABLECIMIENTO (El Mercurio, 14 de abril). Se trata, pues, de empresarios mínimos, generalmente profesores, cuyo ‘‘lucro capitalista’’ es trabajar con sus familias en el mismo establecimiento que sostienen. Amén de la insensatez de perseguirlos como si fuesen Rockefellers, SON MUCHOS VOTOS... y este argumento cualquier político lo entiende.
2.2. A la fobia contra la ‘‘selección’’ tampoco le van quedando muchas plumas. La teoría de escritorio tropieza con la realidad, y ésta obliga a excepciones injustificables, que se silencian o se tapan con trasparentes hojas de parra, en la injustificada esperanza de que pasen desapercibidas. Así pasa con la autorización para seleccionar en media... y no en básica. ¿Por qué? Porque no se puede pelear con los colegios públicos de elite, esos discriminadores implacables. Hay que dejarlos suprimir sus 7º y 8º básicos, y seguir seleccionando, ahora en 1º medio. Y lo mismo sucede con el ‘‘financiamiento compartido’’. Allí ‘‘las familias deben comprar su derecho a ingresar a una escuela ¡subsidiada! Simplemente inaceptable’’ —dice el rector-columnista de El Mercurio (8 de abril). Pero, agrega, ‘‘se mantendrá. Suprimir ese sector es a estas alturas muy caro’’. Argumento malo, pero valga la franqueza.
3. Finalmente, todo lo anterior pretende parar el impresionante éxodo desde la enseñanza gratuita de los municipios, a la que prestan los particulares subvencionados. Se cree que la fuga viene de la ‘‘mejor calidad educacional’’ de esta última. No es así. La calidad promedio de ambas es muy parecida, vimos. El éxodo se debe a que en la gratuita particular el sostenedor —movido por el aborrecible ‘‘mercado’’— mantiene en su establecimiento condiciones mínimas. Los profesores asisten y hacen clases, la droga no corre como el agua, los alumnos no se acuchillan en el patio ni acuchillan al maestro en el aula, etc. ¿Culpa del establecimiento municipal? No, culpa del Estatuto Docente y del Ministerio, que no dan al director atribuciones, ni siquiera para preservar el orden elemental. Por eso los padres de familia se van... votan con los pies.