El Transanlagos, como lo llama el pueblo, es la primera gran trastada de ingeniería social del siglo XXI, y nos ha dejado como lo que somos: "giles" ante "el mundo que nos observa", como dirían Lagos y otros líderes "progresistas", esos que copian todas las tonteras, pero nunca los aciertos, porque éstos están ligados a más libertad y creatividad personal (¿capitalismo?), algo que, simplemente, no pueden procesar.
Prefieren, como los antiguos dictadores latinoamericanos, las grandes obras públicas estatales de lucimiento histórico personal.
En esta ocasión, en uno de sus mil viajes, quedaron enamorados de unos buses coloridos y largos, exclamando que ésta era la fórmula elegante y limpia -no amarilla- para Santiago, y que se debía construir ahorita, como fuera y al costo que fuera. Y aquí estamos, con un "coso" carísimo, que ignora las necesidades populares de costo bajo, cercanía, comodidad y demoras breves que nos den tiempo para -como dicen estos nuevos religiosos- "hacer familia" y "adorar a Dios".
Hace ya algunos años, el profesor Larry Sjaastad, de Chicago, nos retaba por quejarnos de la locomoción colectiva chilena, que él usaba y calificaba de buena y barata, sobre todo para los pobres, aunque mejorable en el color, diseño y mecánica no contaminante. Era la línea de reforma que este pajarón -yo- esperaba, cuando Lagos les paró el carro (o la micro) en seco a los dueños de buses. Pero usted ve. Al final, se han hecho unos contratos y compras de favor con cuanto empresario hay, en el estilo del socialismo corporativo que encanta a la Concertación.
Nuestros viejos "progresistas", reaccionarios y nostálgicos, nunca se resignaron a dar por concluido el ferrocarril, y así nos han birlado miles de millones de dólares en déficit inimaginables, que liquidaron nuestras finanzas públicas, acentuando la pobreza, por más de un siglo.
Luego descubrieron perder carretadas de plata con el Metro, que les ha permitido superar su ancestral frustración ferroviaria.
Cuando aparecieron los buses verdes y largos, me dije a mí mismo: "Éstos, finalmente, reemplazarán al ferrocarril, en pérdidas, nostalgias del pasado y 'no contaminación'".
En verdad, estos buses sirven a pocos, son más caros, arman tacos y son de calidad dudosa. Además, castigan de manera especial al pueblo marginal, por su deficiente acercamiento y falta de diversidad. La verdadera pérdida de ingreso de los chilenos -los pobres incluidos- aún no se conoce, y es de esperar que se tome en cuenta al llegar a una fórmula más definitiva, a partir de una verdadera libertad de transporte, en colectivos, taxis, micros, carretelas y lo que sea en los barrios marginales.
Pero, claro, para los ingenieros sociales poco importan los incentivos propios de los intercambios libres y voluntarios. Más les interesa tener un "gran ferrocarril", es decir, buses grandes y largos, de tal diseño que se muevan poco, y que sean los pasajeros los que caminen en su interior. Chilenos deportistas, que puedan subirse al bus por la puerta de atrás en la Gran Avenida y caminar protegidos en su interior por unos 40 minutos hasta el centro, para bajar por la puerta delantera.
Y, ya que las vías segregadas para ciclistas no funcionaron, podrían colocarse otras en el techo de estos "transanlagos", consiguiéndose una innovación tecnológica de categoría internacional, digna de financiarse con todo el "royalty" rapiñado a la minería. ¡Con qué admiración y envidia nos van a mirar desde el resto del mundo!
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