Algunos pretenden que ser independiente significa no tener opiniones ni recordar lo que ha sucedido en el país.
Nosotros, al revez creemos que las personas sin opiniones ni recuerdos solo son pasto para el "pastoreo" de la demagogía y el populismo.
Ser independientes es no tener compromiso con las facciones en disputa, pero tener claridad sobre lo que el país necesita y quienes están más capacitados para lograrlo.
Mario Montes, Director de esta publicación.
Panel fotográfico con material tomado de C.E.P., para ampliar imágenes haga clic sobre foto.
En la mañana del 9 de Septiembre de 1973 ya los chilenos habíamos perdido las esperanzas de que el Gobierno Marxista de Allende rectificada sus afanes totalitarios, respetara la institucionalidad y no tratara de imponer, siendo él minoría, su voluntad a una inmensa mayoría de la ciudadanía que se oponía a sus designios.
Las dueñas de casa ya se encontraban, desde hacía varias horas, haciendo colas para tratar de conseguir algún alimento, los estudiantes se aprestaban a seguir sus protestas, los sindicatos tenían paralizado el país, los profesionales daban una fuerte pelea contra la dictadura, el país estaba totalmente paralizado.
Allende anunciaba que no quedaba harina para pan, sus grupos armados se aprestaban a dar el zarpazo final contra la institucionalidad burguesa, los terroristas internacionales hacían volar puentes y torres de alta tensión. Los buses de la locomoción colectiva eran permanentemente asediados e incendiados.
No se vislumbraba como nos desharíamos de la pandilla fidelista que se había apoderado del poder. La prédica de odio era constante, ya no se hablaba de adversarios, simplemente quienes pensaban distinto eran enemigos. Allende y sus boys se aprestaban a dar un auto golpe.
Las manifestaciones callejeras, de ambos lados, se sucedían a cada instante. Unos para reclamar por su libertad, otros obligados por trabajar en empresas robadas por el Estado. Manifestaciones de mujeres fueron cobardemente agredidas lanzándoles papas con gillettes, hojas de afeitar, que dejaron cientos de heridos.
La ilegalidad corroía la institucionalidad, la Ley era simplemente letra muerta, la Constitución un mero papel sin valor, el Congreso, algo sin importancia y sus resoluciones sin valor, la Justicia el blanco de la más ignominiosa campaña de desprestigio y sus fallos ignorados.
El Chile de la Unidad Popular, esa que comandaba Salvador Allende, no tenía presente, mucho menos un destino de Libertad y Democracia. Los chilenos preveíamos que nunca saldríamos de la dictadura que se estaba consolidando. Todo pertenecía al Estado, por lo tanto solo se podía trabajar siendo empleados de éste.
La inflación, que llegó casi al 1000% ese año aniquilaba los salarios, que aunque subían mensualmente, lo hacían con menos velocidad que los precios manejados desde el Gobierno con un mercado negro deshumanizado. La desesperación cundía entre nuestros con nacionales.
Brigadas de matones, como la Elmo Catalán, del Partido Socialista, o las Ramona Parra, del Partido Comunista, eran utilizadas para acallar a los opositores o a aquellos que tuvieran la osadía de protestar por la mala administración o el mercado negro. Todo parecía perdido. Chile caía por el tobogán rojo a niveles de miseria desconocidos.