lunes, diciembre 21, 2009

"A la caza de los últimos votos", por Ascanio Cavallo.


"A la caza de los últimos votos",

por Ascanio Cavallo


Publicado en Reportajes, La Tercera, 20-12-2009


El resultado de las presidenciales del domingo sembró, a pesar de su relativa elocuencia, más ansiedades que certezas entre los seguidores de los dos contendores de segunda vuelta. Por supuesto, hay una diferencia cualitativa entre la sensación de zozobra que circula por la Concertación y la impaciencia que acicatea a la Coalición por el Cambio.


El oficialismo siente que está a las puertas de perder el poder que ha retenido por dos décadas; la Coalición le teme, por sobre todo, a la puerta del horno. El resultado es que, menos de 24 horas después de los resultados, los dos conglomerados ya estaban embarcados en una frenética búsqueda de los votos faltantes. Y ambos, centrados en los 20 puntos de Marco Enríquez-Ominami.


La Coalición dio el primer golpe al reincorporar a sus filas a Paul Fontaine. La Concertación ha estado trabajando para responder con otros nombres. Esto confirma que la candidatura del diputado tuvo algún aspecto de pizarra en blanco, donde cada quien podía inscribir sus propios deseos. Algunos querían gastarles una broma pesada a sus propios sectores, y ahora regresan a ellos para ser recibidos con los brazos abiertos. ¿Por cuánto tiempo?


Otros habrán aprendido que con las elecciones no se juega, porque producen efectos perdurables y ahora, ardiendo de ganas de participar, no tienen candidato o no pueden retroceder de las bravas impugnaciones de la campaña. Vista hoy, esta segunda vuelta podría ser la que tuviese más abstención y votos inválidos en 20 años. También podría quedar registrada como el mayor ejercicio de oportunismo y travestismo en el mismo período. Para todo eso faltan 28 días.


El caso es que la romería por los votos de Enríquez-Ominami se puede entender como una necesidad táctica -o un signo de desesperación-, pero al costo de desconocer tanto el origen de su candidatura como la naturaleza de su proyecto. Y puede resultar un esfuerzo muy inútil, porque ya hay dos cosas claras: a) el diputado no apoyará a Frei ni a Piñera, so pena de disolverse en cualquiera de ellos, y b) si él mismo no puede controlar su votación, menos pueden hacerlo sus seguidores, ninguno de los cuales obtuvo ningún cargo de representación ni tiene el poder de negociar en su nombre.


La candidatura de Piñera lucha por los votos del diputado sabiendo que sólo tendrá los del grupúsculo que quería protestar contra la presencia ultramontana dentro de la Coalición, pero sabiendo, al mismo tiempo, que lo que necesita es poco y se puede obtener mejor con la imagen de triunfo que ya ha conseguido parcialmente.


La candidatura de Frei, en cambio, necesita mucho. Durante toda la campaña electoral, e incluso el mismo domingo de las elecciones, Frei no ha hecho más que retroceder, hasta topar por debajo de la línea crítica de los 30 puntos. Los conflictos de su comando, las descoordinaciones, los cambios de rostros, las desautorizaciones, lo redujeron a una imagen de perdedor y no pueden ser considerados hoy sino como síntomas de un problema estratégico mayor.


Como la derrota es huérfana, ese problema no ha desaparecido, sino que sólo se ha simplificado, y se está expresando en dos grandes disyuntivas.


La primera es instrumental, se refiere a los votos de Enríquez-Ominami y enfrenta a los (más) que sostienen que hay que ceder todo lo que sea posible a las propuestas del diputado con los (menos) que afirman que ese camino puede convertir al oficialismo en rehén de una minoría.


La segunda es más ideológica. Un sector (al parecer, mayor) de la Concertación, con apoyo de un segmento relevante del gobierno, propugna una segunda vuelta polarizada hasta el extremo, que resucite todas las confrontaciones, rencores y broncas de 40 años, de manera de arrinconar al mismo tiempo a la derecha y a los votantes históricos de la Concertación que andan enojados con ella. Otro grupo (al parecer, menor), también secundado desde el gobierno, sostiene que la satanización de Piñera carecería de eficacia simbólica, enervaría el proceso y, sobre todo, quebrantaría la identidad democrática de la Concertación. Una estrategia supone la "izquierdización" de la candidatura; la otra, su "re-centrización".


Antes de preguntar cuál es más rentable, puede ser prudente preguntar a cuál responde mejor el candidato: ¿Frei izquierdista, Frei centrista? ¿Cuál es más creíble, cuál más consistente con la historia, cuál más proyectable en el futuro? ¿O ninguna lo es? ¿Puede alguna de las dos, por sí misma, restañar la herida de haber obtenido casi la mitad de la votación que llevó a Frei a la Presidencia en 1993?


Ningún presidente ha sido reelegido nunca en votaciones democráticas en Chile. La vieja norma de "no repetirse el plato" puede ser poco práctica (como se demostró con Michelle Bachelet), pero tiene arraigo popular y expresión política. Lo que esto significa es que la carrera de Frei nunca fue más fácil, sino doblemente difícil, en comparación con otros candidatos presidenciales.


Y lo seguirá siendo.


( Cavallo es un destacado periodista, 30 años de experiencia, profesor universitarios, Decano de Periodismo, UAI.)

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