Lo que hay que recordar el 11
Las fechas del año se inventaron no sólo para saber en qué parte del año estamos, sino también para obligarnos a reflexionar regularmente sobre algunos temas. Obviamente, esos temas y sus respectivas fechas son siempre los mismos, todos los años. Parece aburrido. Pero precisamente de eso se trata: o de que son misterios que nunca se terminan de entender (y así las fiestas religiosas) o que son verdades que somos demasiado cómodos y demasiado burros para terminar de digerir.
Hace 36 años (¡un montón!) las Fuerzas Armadas de Chile detuvieron violentamente el proceso revolucionario iniciado por un gobierno marxista tres años antes. Qué pasó, cómo pasó, si pudo pasar mejor o directamente no pasar es algo que no vamos a terminar de discutir nunca. Algunos celebran, otros lloran. Se han escrito millones de columnas al respecto.
Lo que me interesa volver a presentar a la reflexión anual es un poco distinto. Me interesa volver a insistir, para que no se nos olvide más, en qué es y quiénes son de verdad estos inocentes idealistas de izquierdas que combaten por los intereses del pueblo y la realización de la democracia. No tanto los encapuchados que tiran piedras y queman fundos, que por último merecen una mínima pizca de respeto porque al menos se mojan, reciben balines de goma y pasan la noche (nada más que la noche…) en una comisaría. Esos al menos arriesgan (un poquito) el cuero. A los que hay que desenmascarar es a los revolucionarios de chaqueta y corbata, indecentes agitadores obscenamente hipócritas que predican la revolución proletaria desde sus escritorios en el mejor de los casos, desde la piscina de su casa en el barrio alto, la mayor parte de las veces.
Porque lo más grave de todo no es la inconsecuencia de lo que predican y lo que hacen, de cómo hacen vivir y cómo viven ellos (todo lo cual es ya bastante grave). Lo escandaloso es lo que realmente predican bajo la apariencia de libertad, igualdad y fraternidad. Lo realmente gravísimo es que, a pesar de lo que piensan públicamente, se les considera respetables e incluso se les rinde homenaje como víctimas todos los días. Como si ser socialista diera lo mismo, como si fuera tan lícito como ser del Huachipato.
Vamos al punto: nos han convencido de que el socialismo marxista es una fuerza política, de que es un partido político, de que es parte de lo que, bien o mal, llamamos sistema democrático. Y es mentira. Es un movimiento revolucionario. Y lo peor es que no lo niegan. Pero sucede que “una revolución es la cosa más autoritaria que exista, es el acto por el cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte a través de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay: y el partido victorioso, si no quiere haber combatido en vano, debe continuar este dominio mediante el terror”. Y esto lo dice Marx. Y es lo que dicen los marxistas aunque no lo digan, obvio. Y lo van a seguir diciendo mientras no se desdigan.
La cuestión central es que tenemos que empezar por elegir el campo de batalla de la discusión. Basta ya de discutir sobre si el pronunciamiento sí o el golpe no, sobre si el gobierno militar sí o la dictadura no, sobre si el libre mercado sí o el neoliberalismo despiadado no. Basta, no porque no sea importante, sino porque si discutimos sólo eso, concedemos la tesis fundamental: que estamos hablando en igualdad de condiciones, que ambos son interlocutores válidos, que el revolucionario es uno a quien vale la pena sentarse a escuchar. Y eso es mentira, es la gran mentira del socialismo.
Concedamos que el liberalismo económico es una canallada. Después de todo, no es tan difícil concederlo. Concedamos, con más esfuerzo, todo lo que se quiera sobre el 11 de septiembre y el gobierno militar. Concedamos incluso que la policía es terrorismo de Estado y que los atentados mapuche son sólo un acto de defensa de los oprimidos. Olvidemos por un minuto los millones de víctimas del comunismo, abstraigamos que jamás un país realmente socialista ha progresado económicamente. Hagamos cuenta de que nada de esto es realmente así. Sigue siendo verdad que no ha habido de la historia de la humanidad movimiento más represivo que el socialismo. No importa con qué lo comparemos. Es cierto que el capitalismo ha explotado y reducido a la miseria a millones; es cierto que ha causado y sigue causando injusticias sociales que claman al cielo. Pero, pese a todo, subsiste una diferencia fundamental: al burgués capitalista, al empresario explotador, al aparato estatal represivo con sus “terroristas de Estado” (léase, los carabineros), les da exactamente lo mismo lo que piense el proletario explotado mientras siga trabajando y no cause desórdenes. Y si, por esas casualidades de la vida, resulta que está contento y vive bien, que forma una familia y puede comprar algunas cosas, que tiene sus creencias y principios, bien por él. En verdad, da lo mismo. Mientras produzca riquezas, muchas riquezas, todo bien.
El socialista, en cambio, es uno que te quita todo lo que tienes (propiedades, familia, tradición, historia, principios morales, identidad…) y te reduce a la miseria, a una absoluta miseria material y moral; te vigila en cada paso, te censura hasta los chismes del barrio, te dice qué pensar y qué querer, te pone una bayoneta en la espalda y finalmente, después de todo eso, pretende que le des las gracias. Y si no le das las gracias… ya se las darás. Porque hay modos extremadamente persuasivos para hacerte entender que vives en el paraíso terrenal aunque no te des cuenta. Por eso, un Chávez, un Morales, Correa o Allende, no hacen campaña electoral, sino que muestran la verdad a las masas; no censuran, purifican; no intervienen la economía, fomentan el progreso; no reprimen, nos liberan hasta de nosotros mismos.
El socialismo marxista es la peor de las ideologías porque no sólo está convencido de tener razón, sino que además exige por la fuerza que todos lo reconozcan. Mientras no tienen esa fuerza, dialogan; apenas la adquieren, y en la medida en que la tengan, proceden inmediatamente a “liberarnos”.
Por eso, reabriendo el paréntesis de lo que en verdad pasó y retirando todo lo que concedí en la discusión, me voy a celebrar el 11.