viernes, septiembre 14, 2007
Huevo ético
por Álvaro Bardón.
Ya no me convidan a nada-Embajadas, ministerios, transnacionales-, ni siquiera a las comisiones de la Presidenta, y menos aún a la última, de la "equidad", "caridad", "ética", o algo así.
Al parecer, se trata de una cura colectiva para gente que, por décadas, viene sufriendo de esa especie de enfermedad de denunciar que los pobres no pueden esperar. Lo cual estaría muy bien si no fuera porque los pobres siguen igual, por las políticas socialistas de décadas de derroche estatal en mala administración de ministerios, hospitales y colegios, ferrocarriles y "transanlagos", superintendencias y subsecretarías, elevados pagos a ministros (sobres brujos incluidos), becas, agregadurías y premios nacionales para "progresistas", embajadas, sernacs, indígenas, mideplanes, las como 30 clásicas comisiones de innovación (más un reciente consejo, ávido de "royalties") y una veintena de programas "sociales" y antidelincuencia, de todos los cuales no más de un par son rescatables.
Los éticos socialistas nunca propondrán terminar con el derroche fiscal, para redirigirlo hacia los pobres en un chequecito mensual. Para curar sus males mentales y dormir bien, propondrán, en cambio, subir los impuestos, partiendo por el IVA comepobres, y gastar más en educación, salud y unos 10 mil "servidores públicos" de pobres, algo que ahora sí funcionará.
Para los socialistas, se trata de quitarles a los ricos y no de ayudar directamente a los pobres con cheques y oportunidades. Esto último suena a "neoliberalismo", satanización con la que pretenden descalificar al liberalismo, de gran éxito reciente, después de la ruina socialista-comunista y el éxito del capitalismo.
Nuestros intelectuales no propondrán concluir con la falta de libertad de trabajo y emprendimiento. Al revés, acentuarán los controles, sin abrir verdaderas oportunidades sanas de empleo. Así, continuarán marginados y sin pega unos dos millones de chilenos pobres, fenómeno que se acentuará con las restricciones y costos estatales y municipales ligados a la iniciación de actividades, baños separados, patentes de alcoholes, restricciones ambientales, de salud, de fumar y de facturas del SII, no más taxis ni "micros libres", persecución de vendedores ambulantes y quiosqueros (ya vienen los malabaristas), dirigismo del manejo de playas, islas, árboles y bosques e impedimentos insoportables para formar colegios, universidades, centros de salud, etcétera.
Este etcétera daría para reformas microeconómicas interminables, que los políticos e intelectuales consideran picantes e indignas. A ellos no les preocupan las políticas proteccionistas que gravan a los pobres en favor de los ricos y del fisco, al encarecer el azúcar, el trigo, la harina, el pan, la bencina, el alcohol, los refrescos, autos y ropas usadas, el crédito popular y otros bienes como la carne argentina o la leche. Menos les importa el costo de las casas populares, inflado por las restricciones al tipo de vivienda, el límite a las ciudades y a la altura de los edificios o los costos de notarios y conservadores.
Hace falta un obispo que proponga incentivar, al menos tributariamente, la caridad, el trabajo de niños pobres y la educación en la casa. Esto, además de los 10 mandamientos y la pareja a la antigua, cuyo debilitamiento explica buena parte de la pobreza moderna, en especial de infantes.
Para que me vuelvan a convidar, voy a hacer una proposición ética imposible de rehusar: todo chileno, vivo o muerto, percibirá de por vida 500 mil pesos mensuales, sin trabajar. El huevo ético de Colón.
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