jueves, abril 15, 2010

El elefante bajo la mesa, por Juan Carlos Eichholz.

El elefante bajo la mesa,

por Juan Carlos Eichholz.

Es grande, todos lo ven, a veces levanta su trompa y hasta emite fuertes sonidos. Sin embargo, prefieren no hablar de él; mejor mantenerlo bajo la mesa. Y es que, cuando amenaza con salir, todos desenvainan sus cuchillos.

El elefante se llama la “reformulación de la Concertación” —o realineamiento, refundación, reordenamiento, según lo dramático del diagnóstico que se haga—. La trompa, el comienzo de la discusión, se llama “¿por qué perdimos?” Y los cuchillos se muestran desde todos lados. La ex Presidenta Bachelet se anticipó en sacar el suyo: “No todos en la Concertación supieron leer lo que mi candidatura representaba”, a lo cual Latorre reaccionó: “Sería bastante mezquino decir que la responsabilidad central en la derrota estuvo en los partidos de la Concertación”. Ricardo Lagos Escobar —ahora hay que diferenciarlo a él del Lagos senador— no se quedó atrás: “El Presidente de Chile era también el presidente de la Concertación”. Y suma y sigue: Vidal —ser vocero lo marcó para toda la vida— aprovechó de disparar en contra de las políticas liberales de Velasco, Auth le pegó de vuelta al poco autocrítico Lagos Escobar y Palma acusó la falta de liderazgo de Bachelet.

El terremoto y el nuevo gobierno, por su parte, han sido buenos señuelos para evadir el conflicto interno o, como mínimo, el derramamiento de sangre. El primero sirvió para cambiar el foco del cónclave de mañana, en el papel al menos; mientras que el segundo ha servido para buscarse un enemigo externo, la forma más fácil de alinear a las tropas propias, aunque no sea más que un espejismo. Por esto es que las críticas casi destempladas de la oposición —todavía cuesta acostumbrarse a que el vocablo haga referencia a la Concertación— en contra del Gobierno, apenas transcurrido un mes desde su instalación, con terremoto de por medio, deben ser entendidas no sólo desde la acción de éste, sino también desde la dinámica interna de aquélla.

¿Qué tan grande es el elefante y por cuánto tiempo se mantendrá bajo la mesa? Difícil saberlo con exactitud, pero todo indica que lo que viene es más profundo y complejo que lo que se ve por fuera. El 17 de enero, los entonces ex presidentes oficialistas hicieron un gesto simbólico de importancia, pasándole el bastón a las caras de la nueva Concertación: Tohá, Orrego y Lagos Weber, lo que será seguramente reafirmado por esas mismas figuras —ahora con Bachelet también en el grupo— en el cónclave de mañana. El destape de estos nuevos liderazgos sin duda aceleraría el proceso de renovación concertacionista, pero lo probable es que las palabras luminosas de los ex presidentes se topen con la resistencia silenciosa y soterrada de la antigua Concertación, de esa que sigue aferrada a los paradigmas y prácticas del pasado, de esa que sigue en la discusión de si más o menos Estado, de esa que se sigue creyendo moralmente superior, de esa que sigue funcionando en la lógica de operadores políticos.

Si la nueva Concertación está reflejada en Carolina Tohá, la vieja lo está en Camilo Escalona y Guido Girardi. Mientras ella tiene una mirada de futuro, es pragmática y abierta al diálogo, Escalona sigue pegado en el pasado, es dogmático y poco dado a ceder sus puntos de vista. Mientras ella se mueve por ideas, congrega y respeta a otros, Girardi se mueve por poder, divide y busca aplastar a otros.

Poner el elefante sobre la mesa para entender bien la evolución de la Concertación y su proyección ayudaría a crear conciencia acerca del cambio que debe venir, pero lo probable es que esa discusión se siga postergando y el asunto termine dilucidándose en el campo de batalla mismo, en las elecciones internas de cada partido, que servirán más para poner a prueba el peso de los poderes internos que para atacar el fondo de la cuestión, y que serán el inicio de un desangramiento que puede durar años, tal como típicamente ocurre en Inglaterra cuando el partido Laborista o el Conservador pierden el poder, tal como le ocurrió a la centroderecha después de Pinochet.



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