lunes, junio 07, 2010

Exclusiones, por Jorge Edwards.


Exclusiones, por Jorge Edwards.

En la mayoría de las entrevistas, las respuestas de los entrevistados son interpretaciones libres de los entrevistadores. En los mejores casos, son aproximadas. En los peores, dicen exactamente lo contrario de lo que el entrevistado quiso decir. Cada dos años, hacia estas fechas, los miembros de la difícil y más bien ingrata profesión literaria reciben peticiones variadas de entrevistas sobre el Premio Nacional de Literatura. Contesto lo que puedo, trato de dar una opinión personal, honesta, y cosecho irritaciones, molestias, susceptibilidades heridas, además de uno que otro elogio infundado. Si fuera miembro del jurado que otorgará el premio próximo, abandonaría mis lecturas actuales, que son, precisamente, inactuales, y me pondría a releer, a leer, a tomar notas. Ser escritor nacido en Chile no significa ser especialista en literatura chilena. No soy especialista en nada, y he sido lector constante de los libros más diversos de este mundo. Anoche, por ejemplo, lápiz en mano, leía un diálogo apasionante, agudo, lleno de humor y de crítica ácida: Julio II excluido del Reino de los Cielos. Fue escrito por Erasmo de Rotterdam en las primeras décadas del siglo XVI y es uno de los textos centrales, uno de los clásicos, de la reforma protestante en Europa. Por ahí comenzaba el libre examen, que debería ser una de las normas de cualquier ejercicio de la crítica, literaria o no literaria. Desde luego, una obra de Erasmo no tiene ni podría tener la más mínima relación con nuestros premios de letras o nuestros fondos concursables.


Pues bien, si me pidieran que diera mi voto en el ambicionado Premio Nacional próximo, comenzaría por hacer lo siguiente: releer a fondo, lápiz en mano, la poesía de Oscar Hahn; leer la obra de Isabel Allende, que conozco bastante mal; releer y leer las novelas, que conozco a medias, de Diamela Eltit, entre muchas otras lecturas. Sería un trabajo largo, duro, que me obligaría a privarme de muchas horas de sueño. Pero, claro está, este premio tan codiciado se otorga por un conjunto de funcionarios que llegan corriendo a la reunión, que han escuchado hablar de algunos autores, que han leído algunas de sus páginas, sobre todo en el fin de semana de la víspera, y que cumplen con su encargo en forma inevitablemente apresurada. La voz del premiado anterior tiene bastante peso, ya que suele ser la única persona que tiene conocimientos reales de la materia. Lo cual no es una crítica de los funcionarios sino del sistema y de la ley que lo establece. Si el rector de la Universidad de Chile, por ejemplo, es jurista de profesión, o químico farmacéutico, nada lo obliga a ser un conocedor profundo y justiciero de la literatura nacional.


Con respecto a Isabel Allende, a quien he leído poco, observo una situación que me parece, por lo menos a primera vista, sospechosa: se diría que está excluida por principio de la competencia, y esto se podría explicar porque tiene demasiado éxito, porque llega a demasiados lectores, porque es conocida en todas partes, en Japón, en Finlandia, en Turquía, y porque su lectura, en algún sentido, es demasiado fácil. Pues bien, no creo que la facilidad deba excluir el examen serio de esta autora, así como no creo que la dificultad deba afectar la candidatura de Diamela Eltit. Tampoco creo, y esto podría irritar más a algunos de los críticos y criticones ambientales, que la diferencia entre poetas y prosistas tenga mayor sentido. Se sostiene que este año le toca el premio a un narrador, pero la norma no está escrita en ninguna parte. Es un lugar común que no se sabe dónde se engendró. Vicente Huidobro, a quien no le dieron el premio porque andaba siempre lejos, en París o en lugares parecidos, era poeta, ensayista y novelista. De acuerdo con esta supuesta alternancia de géneros, el premio le tocaba siempre y me pregunto si por esa causa no se lo dieron nunca. Además, todos nuestros poetas mejores han sido prosistas. Casi no conozco excepciones a esta regla. Basta con citar a Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Enrique Lihn, Jorge Teillier. En desmedro de los narradores, agrego que más de alguno intentó ser poeta y fracasó en el intento. En consecuencia, suspendo mi juicio acerca del Premio Nacional, y agrego una o dos nociones personales. Detesto la exclusión, y en virtud de este principio, o de esta preferencia, si quieren ustedes, no estoy de acuerdo con el veto a priori de Isabel Allende. ¿Es una vulgar escribidora de best sellers? Examinemos el tema con un poco de atención, sin prejuicios, sin que el odio tan criollo al éxito nos perturbe. Cuando leí su primera novela, La casa de los espíritus, toda la primera mitad me pareció excesiva y descaradamente garcíamarquiana, pero hacia el medio y en la segunda parte empecé a notar un tono criollista, reminiscente de escritores como Luis Durand, Fernando Santiván, Eduardo Barrios, y eso no me disgustó. Nunca pensé que la novela estuviera escrita con la única intención de escribir un best seller.


Un crítico escribe ahora que premiarla sería como darles un premio a las hamburguesas en un concurso de gastronomía. Leo esa frase y pienso, como pensaba el poeta y brillante prosista mexicano Octavio Paz, que siempre es necesario hacer la crítica de la crítica. He enseñado durante diversos semestres en universidades diferentes de los Estados Unidos y he aprendido a respetar la ciencia de las hamburguesas. Una ensayista y profesora francesa, discípula de Jacques Derrida, notable teórica de la literatura, gastrónoma refinada, me enseñó en la Universidad de Chicago lo que era una hamburguesa y cómo había que comerla. Era, según ella, un modelo para armar, algo así como un libro donde el lector hace parte de la escritura. Cuidado, entonces, con las humildes hamburguesas. El principio erasmiano del libre examen nos obliga a proceder con más calma, con menos apasionamiento.


Por lo demás, como no estoy sometido en el interior de estas columnas a la tiranía de los entrevistadores, me permito agregar otra noción. Si tuviera que votar hoy, con mi conocimiento insuficiente de Diamela Eltit, con mi relativa ignorancia de Isabel Allende, sin darme el trabajo de robarle horas al sueño para probar otras hierbas literarias, medicinales o tóxicas, me parece que votaría por Oscar Hahn. Es uno de los autores más originales del presente literario chileno. La razón para mí es clara: usa los moldes clásicos, que conoce a la perfección, que domina con la más notable soltura, para introducir contenidos cotidianos, perfectamente contemporáneos, escritos con el habla con que cada persona suele hablar con su vecino. Es una forma irónica de escribir poesía, algo burlona, y que contradice una manía nuestra de hoy y de antes: la del vanguardismo como sistema, como academia, y que termina por erigirse en otra forma de exclusión. Esa síntesis de métrica tradicional, rigurosa, y de discurso interno abierto, es un fenómeno que me interesa más que otros, para decir lo menos.


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Los pueblos que no se defienden seguramente pierden sus libertades. http://reaccionchilena.blogspot.com/
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