lunes, febrero 25, 2008

Reality + carnaval: ya tenemos festival


Reality + carnaval: ya tenemos festival
Por Sergio Melnick


El Festival de Viña ya es, sin duda, un componente del alma nacional. Un evento que literalmente se come la atención de todos los medios de comunicación por más de una semana, y sobre el que pivotea el país completo en ese lapso. Qué mal gusto el de Fidel y el del Ministerio de Educación, de venir a importunarnos con sus temas. Volvamos al festival. ¿Qué es realmente este festival?

Es evidente que hace mucho tiempo que dejó de ser un evento de concurso. El torneo musical es tan irrelevante como lo son las canciones que postulan, tanto a nivel folclórico como internacional. Esa parte del “evento”, prácticamente no le interesa a nadie y hasta hace bajar el rating. Son más importantes los jurados, como personajes, sus dichos y sus shows que las canciones mismas. Hace muchos, pero muchos años que no sale de ahí alguna canción que se vuelva a repetir alguna vez. Es que la música tiene hoy nuevas avenidas de difusión a través de los medios tecnológicos. Es otra realidad mucho más compleja, más global, más rápida, para que estos viejos concursos tengan algo que decir en ese aspecto.

A mi juicio, el festival adquirió la gran relevancia que tiene hoy por dos grandes razones. Primero, porque, en los hechos, fue el primer reality de la TV chilena. Un género que actualmente domina el prime time de la TV. Segundo, porque es lo más próximo a un carnaval, que no tenemos y que merecemos hace mucho rato. Es, por lo tanto, una especie de “carnavality” criollo, de mucho éxito en ese sentido.

Es un reality porque se fueron inventando ciertos mitos, prácticas, rituales y hasta leyendas. El monstruo es el mito más visible. La farándula que vive en los hoteles donde circulan los artistas y gente de TV es una verdadera telenovela. Los escándalos y romances de los artistas son la carne de la cazuela. Los opinólogos florecen como lirios. Cuál será más duro, más sarcástico, más demoledor. La elección de la reina y toda esa parafernalia es a veces más importante que el mismo festival. Los trajes y salidas de madre de los jurados, otro componente del espectáculo. No califico todo esto de bueno o malo, sólo lo que hay.

Obviamente el festival, en lo esencial, dejó de ser organizado por la municipalidad y es ahora patrimonio de la televisión, la gran madre de los realities y la farándula. Para qué hablar del cuento de las gaviotas, que ahora ya no son de la competencia. Las hay de latón, plata, oro, platino, o lo que sea necesario, que equivale a la votación telefónica de todo reality que se precie de tal.

En fin, el Festival de Viña es un auténtico reality en vivo, con ganadores, perdedores y eliminados que no se conocen al inicio. Eventualmente hay algunos que saltan a la fama. A veces real, otras efímera, tal como los realities. Y tal como en los realities, todo se olvida ya en marzo, hasta el próximo año, y no queda absolutamente nada muy valioso, sino simplemente haberlo pasado bien, haber pelado harto y haber llevado la farándula a su máxima expresión.

Por ello el festival es también una tímida aproximación a un carnaval, porque cada noche, el monstruo se despierta en la quinta y en cada una de las personas, para desatar todas las pasiones posibles. El evento termina siempre con alguna música bien prendida, que hace bailar a las multitudes hasta altas horas de la madrugada. El evento atrae a decenas de miles de personas a una gran semana de carrete permitido. Es decir, se parece en algo al carnaval ausente. Todo esto es, por cierto, liderado por la farándula local, durante más de una semana, y dura siempre hasta la misma salida del sol. Es “una semana agotadora”, se quejan todos, pero nadie que pueda se la pierde, menos yo si puedo.

Este verdadero “carnavality” es la culminación de la temporada de verano y, en realidad, es bastante bueno para todos. Trae el último impulso de las vacaciones. Toda la carne va a la parrilla.

Lo que creo importante es que se asuma como tal, y se libere de la tediosa carga de la competencia. Que se sincere como reality y carnaval, y que como tal se lleve a su máxima potencia. Una semana así de desenfado, música, baile y carrete liberaría muchas tensiones, generaría más amistades, nos aleja un tiempo de la política, borra las divisiones, une, es común a todos, y no tiene más trascendencia que pasarlo bien un rato. Si hemos tenido el coraje increíble de llenar el país de casinos de apuestas, esto no es ni venial. En fin, terminemos con la hipocresía y hagamos de verdad y bien nuestro gran carnavality.

Tomado de Diario La Segunda.

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