Ya veíamos que, para preservar el medio ambiente y los recursos naturales, es indispensable el desarrollo productivo rápido, porque al aumentar el ingreso de las personas, éstas dejan de depredar e, incluso, invierten parte de sus ingresos en dicha preservación. Y agregábamos que el desarrollo se logra sólo con capitalismo y que, por lo tanto, éste es el sistema correcto para preservar el medio ambiente. La depredación de éste en las naciones europeas bajo el comunismo es ya bastante conocida.
Un elemento central en todo esto son los derechos de propiedad, y se puede decir que ellos cuidan el medio ambiente, al revés del comunitarismo, la propiedad común y el colectivismo, en los que no hay dueños y, por lo tanto, no hay quien cuide los recursos. Es lo que llaman "la tragedia de los comunes", que afirma que todos los jardines, lagos, tierras, bosques, animales, minas o lo que sea tenderán a deteriorarse si no hay a su cargo un propietario que los cuide.
Los jardines públicos, parques y campos deportivos en Chile viven generalmente en persistente abandono, llenos de mugre y basura, algo que no ocurre con los privados. Un cuadro similar se observa en las playas, que al ser "de todos los chilenos" no son de nadie y, por lo tanto, no se cuidan, presentando un pobre y sucio aspecto, que contrasta con las playas de balnearios y lagos ligados a las grandes cadenas de hoteles, en el Caribe, Mónaco y otros lugares de gran tradición turística.
Si en Chile quisiéramos cuidar las orillas de lago y las playas, así como tierras y bosques, habría que generar más derechos de propiedad.
La preservación de especies vegetales y animales se garantiza mejor cuando hay claros derechos de propiedad, en contraste con la propiedad común, que incentiva la depredación.
La propiedad común -es decir, estatal- de bosques, tierras y animales no incentiva su cuidado y fomenta su mal uso y depredación. Así, en los países de África que han permitido la propiedad privada de elefantes, la población de éstos ha aumentado porque es un buen negocio para sus dueños, lo que no ocurre en los parques nacionales, que son depredados por variados ladrones interesados en el marfil. En Nueva Zelandia, la notable industria de la carne de ciervo tuvo un espectacular desarrollo desde que se generó la propiedad de estos animales, que antes configuraban una plaga que molestaba a toda la comunidad.
La preservación de especies vegetales y animales se garantiza mejor cuando hay claros derechos de propiedad, en contraste con la propiedad común, que incentiva la depredación. Es lo que ya comienza a observarse en las tierras entregadas a los araucanos en propiedad común, política que, finalmente, se traducirá en mala explotación y abandono de los recursos, junto a un aumento de la pobreza.
Extender los derechos de propiedad lleva a más libertad, progreso y buen uso de los recursos naturales, bosques, tierras, mar y demás. Dichos derechos compatibilizan el desarrollo y la preservación, lo cual no ocurre cuando la propiedad es estatal. El insistir en ésta, así como en la no explotación de los recursos naturales, carece de lógica y parece responder a posturas ideológico-panteístas de adoración de la naturaleza, junto con un repudio a la presencia de los seres humanos, a los que se mira como los responsables del deterioro del planeta "único", que habría que cuidar, incluso forzando la reducción del tamaño de la población, algo que no tiene sentido, porque el desarrollo limpio y que cuida de los recursos naturales y el planeta es algo perfectamente factible, a partir de las instituciones e incentivos cristianos clásicos, pro crecimiento, ligados a la propiedad y la libertad.