martes, abril 27, 2010

Gran Bretaña elige, por David Gallagher

Gran Bretaña elige,

por David Gallagher.

Pensaba escribir sobre las elecciones británicas después del 6 de mayo, con los resultados en mano. Pero es más interesante y honesto analizarlas ahora. Porque cuando uno ya tiene la ventaja de saber el resultado, uno cae en la tentación de “explicarlo”, como si fuera obvio quién iba a ganar, como si un resultado alternativo no fuera concebible.

En realidad estas elecciones son absolutamente impredecibles. Hay un natural cansancio con los laboristas, tras 13 años en el poder. Pero, para los conservadores, ganar es muy difícil, por varias razones.

Primero, el cuestionado sistema uninominal actualmente favorece mucho a los laboristas, debido a migraciones que se han dado entre distritos. Segundo, hay un tercer partido, el liberal demócrata, que ha agarrado mucho vuelo, y que recoge votos de quienes, estando cansados con los laboristas, no se animan a votar por los conservadores. Tercero, éstos han perdido momentum porque, por no querer arriesgar su ventaja en las encuestas, se volvieron demasiado cautelosos. Finalmente, las campañas británicas son muy intensas, porque son muy cortas. En sólo cuatro semanas se producen todos los cambios de opinión que en Chile o Estados Unidos demoran un año. Es que la gente optimiza su tiempo: se informa y toma sus decisiones en el plazo disponible. Por eso, la opinión del electorado puede cambiar radicalmente, incluso en las dos semanas que quedan. Sobre todo que, por primera vez en la historia, se están dando debates televisados entre los candidatos a Primer Ministro.

El primero de tres se dio el jueves de la semana pasada, y tuvo consecuencias inesperadas. El candidato liberal demócrata, Nick Clegg, ganó lejos. Aprendiendo de Marco Enríquez-Ominami, se dio el lujo de referirse a Brown y Cameron como a “políticos del pasado”, líderes de un duopolio con casi un siglo en el poder. El “verdadero cambio” lo representaba él y sólo él. Como para recalcar las similitudes con las elecciones chilenas, Brown ahora le está pidiendo a Clegg una “alianza progresista”, para impedir que gane “la derecha”. Clegg ha rechazado la invitación, con desprecio.

Por el momento, los dos desenlaces más probables son que los conservadores ganen con una mínima mayoría absoluta en el Parlamento, o que salgan primeros, pero con mayoría relativa. En el segundo caso, los liberales demócratas decidirían quién gobierna. También agarrarían mucho más protagonismo los partidos más chicos, como el nacionalista escocés. Es el escenario que los mercados más temen, porque lo ven como paralizante: en Gran Bretaña hay poca experiencia de coaliciones.

Pero el sistema electoral puede arrojar resultados aún más perversos. En votos pueden ganar los conservadores, llegar segundos los liberales demócratas, y terceros los laboristas, pero con un resultado exactamente inverso en representación parlamentaria. Mucho dependerá de si en estas largas dos semanas que quedan, dura el estrellato de Clegg. Él ahora está sometido al más intenso escrutinio.

Los pocos temas que están en juego son, por cierto, pedestres. El primer debate fue lamentable en ese aspecto y, para consuelo nuestro, intelectualmente inferior a los debates presidenciales chilenos. Es verdad que Brown parece confiar más en el Estado, y que Cameron y Clegg parecen querer fortalecer la sociedad civil, pero ninguno se juega mucho en decirlo. Cameron es sin duda el más indicado para revertir el exceso de gasto público, de corte asistencialista, que se ha ido instalando en Gran Bretaña con los laboristas, pero no se atreve a decirlo con franqueza. En general, en estas elecciones británicas, falta arrojo, falta grandeza.



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