viernes, abril 30, 2010


Laicismo y laicicismo, por Agustín Squella.

A propósito de mi columna sobre el descanso de Dios, un lector aludió al laicismo y al laicicismo. Lo que quiero plantear ahora es la diferencia entre secularización y secularismo, la cual se corresponde con la distinción entre laicismo y laicicismo.

“Secularización” refiere a un proceso vivido por largo tiempo a escala de todo el planeta, el cual se encuentra especialmente avanzado en Occidente, mientras que “secularismo” alude a la actitud que apoya dicho proceso, aunque “secularismo” puede ser también otra cosa: la ideología de la repulsa o rechazo de las religiones, y, aun, de la misma idea de Dios. Por su parte, “laicismo” es lo que se predica de alguien que es laico. Pero “laico” puede significar también varias cosas: el que formando parte de una iglesia no es clérigo; el que propicia que el Estado debe estar separado de religiones e iglesias y comportarse de manera neutral frente a todas ellas; y el que propugna una educación pública que no incluya la enseñanza de la religión. “Laicicismo”, a su turno, equivale a “secularismo” en la segunda de las acepciones que señalamos aquí para esta última palabra.

Por tanto, secularismo, o laicicismo, es la ideología de repulsa de la religión, y secularización, o laicidad, es el intento sostenido, gradual y exitoso por conseguir una explicación del mundo sin necesidad de recurrir a la afirmación y ni siquiera a la hipótesis de la existencia de Dios. Así entendida —como un proceso en virtud del cual actividades e instituciones terrenales como la ciencia, el arte, la política, el Estado, el derecho e incluso la moral son explicadas con prescindencia mas no en contra de la idea de Dios—, la secularización no sólo resulta compatible con la religiosidad, sino que permite ver en ella dos fenómenos específicamente humanos y, en alguna medida, convergentes.

Vista de ese modo, ¿no constituirá la secularización un proceso incluso favorable a las religiones, en cuanto demarca mejor, y por lo mismo refuerza, los ámbitos de lo eterno y sagrado, por una parte, y de lo temporal y profano, por otra? ¿No ocurrirá que merced a ella —en palabras de Teilhard de Chardin— “el núcleo de lo religioso se desprende ahora ante nuestros ojos más diferenciado y vigoroso que nunca”? ¿No está acaso en esa misma línea la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, cuando refiriéndose a las condiciones de nuestro tiempo afirma que ellas “afectan a la misma vida religiosa”, puesto que, por una parte, “el espíritu crítico, más agudizado, la purifica de la concepción mágica del mundo y de las pervivencias supersticiosas, y, por la otra, exige cada día más adhesión verdaderamente personal y activa a la fe”, de todo lo cual resultaría “que no pocos alcancen un sentido más vigoroso de Dios”? ¿No podrían llevarse las cosas hasta el punto que las conduce Gianni Vattimo, para quien la secularización, lejos de ser enemiga, es una aliada del cristianismo, algo así como un desarrollo que se habría iniciado con la propia encarnación humana de Dios en la persona de Jesús?

Claudio Magris nos proporciona una visión todavía más amplia del laicismo. Laicidad —dice— significa tolerancia, duda dirigida hacia las propias certezas, ironía para con uno mismo, desmitificación de todos los ídolos, incluidos los propios; o sea, se trata de la capacidad de creer en algunos valores, aunque sabiendo que también existen otros que son respetables. Visto de esa manera, el laicismo sería equivalente a “una forma más rica y más amplia de fraternidad”, la de aquellos que son capaces de abrazar una idea sin someterse a ella, de comprometerse conservando la independencia crítica, de no hacerse trampas encontrando mil justificaciones para las propias faltas, y de reírse de lo que aman sin dejar por ello de amarlo.


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